02 julio, 2012

La receta del éxito


He querido titular así este artículo, porque en efecto mis conocimientos sobre la disciplina del protocolo eran tan parcos como mi experiencia en el maravilloso mundo culinario en el que se entremezclan sabores, texturas y olores apelando así a todos nuestros sentidos.



Como un aprendiz que se rodea de grandes Chefs es como me sentí al asistir a mis primeras lecciones del curso organizado en Tarragona por Protocoltrainer. Me adentré de las manos de Silvia Colet a antiguas civilizaciones y realizamos un viaje que me trasladó de nuevo al presente alternando derechas e izquierdas, cediendo presidencias, respetando precedencias y confeccionando invitaciones, cartas y tarjetones.

Ya poseía sólidos conocimientos teóricos, pero faltaba confirmar lo que ya había intuido. No me equivocaba, el protocolo estaba estrechamente vinculado con la cocina. En realidad, no me sorprendió que esta información me llegara de manos de una gran estrella Michelin en este campo, Bárbara de Senillosa, quien en una magistral lección y con unos toques de pimienta y sal, nos introdujo a la mesa de Leonardo da Vinci y nos narró cuán importante ya era en su tratado el protocolo. Fue tan solo una lección la que nos impartió, pero me bastó para hacerme con su obra titulada El Libro de la Buena Educación. La devoré en un fin de semana, ya que se trata de un relato lleno de humor y anécdotas que nos permite tal como Bárbara indicó en clase “conocer las normas para poderlas transgredir”. Efectivamente, creo que el conocimiento es poder y ese conocimiento nos facilita la labor de saber adaptarnos a las situaciones y a las ocasiones, y decidir la cantidad de sal y pimienta que vamos añadir a un plato para sazonarlo al gusto de los comensales.

Sigamos porque como os contaba ya tenía las invitaciones, solo me faltaba poner la mesa y entonces llegó él, con su traje y corbata. Nos asombró con sus conocimientos acerca del protocolo social y hasta se empeñó en traerse la vajilla, la cubertería y la cristalería de casa. Fue una lección práctica magnífica en la que la etiqueta dejaba patente el refrán que “El hábito no hace el monje”. En realidad, uno puede lucir sus mejores galas, pero en la mesa es cuando se demuestra el saber-estar y la educación.
¡Qué emoción! Teníamos ya el evento organizado, pero no nos habíamos olvidado de lo mejor, la IDEA y su CREATIVIDAD. Una corta, pero intensa clase con Elisabeth nos inyectó una gran dosis de optimismo y seguridad. Todos los futuros chefs contábamos con los ingredientes perfectos para lograr la receta del éxito, solo era necesario dejar volar nuestra imaginación en un ámbito, el protocolario, en el que no hay hueco para los sinsabores, ni para los malos olores y donde solo, solo tú eres el creador y transmisor de emociones porque en realidad, lo que diferencia a un evento es esa dosis perfecta de sal y pimienta que da sabor a la vida.

Esther Valls