He querido titular así este
artículo, porque en efecto mis conocimientos sobre la disciplina del protocolo
eran tan parcos como mi experiencia en el maravilloso mundo culinario en el que
se entremezclan sabores, texturas y olores apelando así a todos nuestros
sentidos.

Como un aprendiz que se rodea de
grandes Chefs es como me sentí al asistir a mis primeras lecciones del curso
organizado en Tarragona por Protocoltrainer. Me adentré de las manos de Silvia
Colet a antiguas civilizaciones y realizamos un viaje que me trasladó de nuevo
al presente alternando derechas e izquierdas, cediendo presidencias, respetando
precedencias y confeccionando invitaciones, cartas y tarjetones.

Ya poseía
sólidos conocimientos teóricos, pero faltaba confirmar lo que ya había intuido.
No me equivocaba, el protocolo estaba estrechamente vinculado con la cocina. En
realidad, no me sorprendió que esta información me llegara de manos de una gran
estrella Michelin en este campo, Bárbara de Senillosa, quien en una magistral
lección y con unos toques de pimienta y sal, nos introdujo a la mesa de
Leonardo da Vinci y nos narró cuán importante ya era en su tratado el
protocolo. Fue tan solo una lección la que nos impartió, pero me bastó para hacerme
con su obra titulada
El Libro de la Buena
Educación. La devoré en un fin de semana, ya que se trata de un relato
lleno de humor y anécdotas que nos permite tal como Bárbara indicó en clase
“conocer las normas para poderlas transgredir”. Efectivamente, creo que el
conocimiento es poder y ese conocimiento nos facilita la labor de saber
adaptarnos a las situaciones y a las ocasiones, y decidir la cantidad de sal y
pimienta que vamos añadir a un plato para sazonarlo al gusto de los comensales.

Sigamos porque como os contaba ya
tenía las invitaciones, solo me faltaba poner la mesa y entonces llegó él, con
su traje y corbata. Nos asombró con sus conocimientos acerca del protocolo
social y hasta se empeñó en traerse la vajilla, la cubertería y la cristalería
de casa. Fue una lección práctica magnífica en la que la etiqueta dejaba
patente el refrán que “El hábito no hace el monje”. En realidad, uno puede
lucir sus mejores galas, pero en la mesa es cuando se demuestra el saber-estar
y la educación.

¡Qué emoción! Teníamos ya el
evento organizado, pero no nos habíamos olvidado de lo mejor, la IDEA y su
CREATIVIDAD. Una corta, pero intensa clase con Elisabeth nos inyectó una gran
dosis de optimismo y seguridad. Todos los futuros chefs contábamos con los
ingredientes perfectos para lograr la receta del éxito, solo era necesario
dejar volar nuestra imaginación en un ámbito, el protocolario, en el que no hay
hueco para los sinsabores, ni para los malos olores y donde solo, solo tú eres
el creador y transmisor de emociones porque en realidad, lo que diferencia a un
evento es esa dosis perfecta de sal y pimienta que da sabor a la vida.
Esther Valls